Se agrava la contaminación en el Océano Pacífico por las fugas radiactivas de Fukushima 1. En ruinas por las explosiones que siguieron al tsunami del pasado 11 de marzo, que averió el sistema eléctrico de refrigeración de sus reactores, la central nuclear también tiene grietas por el devastador terremoto de magnitud 9 que desató la ola gigante.
Según confirmó hoy la empresa que gestiona la planta, Tokyo Electric Corporation (Tepco), una ha sido encontrada en una fosa de mantenimiento próxima al reactor número 2, donde se acumula agua radiactiva que está impidiendo a los técnicos trabajar en la planta para devolver la electricidad a la sala de mandos. En el pozo, la radiación alcanza los 1.000 “milisieverts” por hora, lo que supone un grave peligro para la salud porque a partir de 100 “milisieverts” acumulados al año aumentan exponencialmente las posibilidades de sufrir un cáncer. Aunque los niveles decrecen hasta los 400 “milisieverts” por hora a sólo unos pocos pasos, siguen estando por encima del límite de 250 “milisieverts” permitidos a los trabajadores de las centrales nucleares niponas.
Por eso, los operarios están intentando determinar la gravedad de la radiación antes de tapar con cemento la grieta, que tiene 20 centímetros de largo.
La radiactividad en el Océano Pacífico fue detectada la semana pasada y sus índices se han cuadruplicado en los últimos días. Una vez más, las autoridades insisten en que el yodo 131 de disolverá por las corrientes marinas y no entrañará un riesgo para la salud humana. En un radio de 20 kilómetros en torno a la central, sus vecinos han sido evacuados y la pesca prohibida, pero la preocupación va en aumento porque las partículas tóxicas podrían pasar a la cadena alimentaria a través del “sushi”.
De momento, ya han sido vetados ciertos alimentos procedentes de Fukushima, como la leche y media docena de verduras. Pero la grave contaminación del mar, que supondría un duro golpe para la potente industria pesquera nipona, se puede producir por las grietas de la central y por las toneladas de agua que están bombeando los operarios para que no se calienten los reactores. Acumulada en túneles subterráneos y sometida a altas dosis de radiación por las fugas en los núcleos 2 y 3, el agua tóxica amenaza ahora con desbordarse y debe ser drenada por los trabajadores, auténticos kamikazes que se están jugando la vida por controlar la planta.
No se sabe cuánto tiempo deberán permanecer los evacuados en los refugios temporales porque, a la reconstrucción tras la catástrofe natural, hay que sumar la lucha contra los escapes radiactivos de Fukushima. Más de 165.000 personas han tenido que abandonar sus hogares al ser destruidos por la ola gigante o desalojados por la alarma nuclear, y aún quedan 260.000 casas sin agua corriente y otras 170.000 sin electricidad.
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